lunes, 17 de septiembre de 2012

Palermo solidario

Por Marcelo Montoya



“Palermo no es Holywood”, anuncia un pintoresco cartel que se alza frente a un stand de ropa confeccionada con telas producidas por pueblos originarios. A pocos metros, Yanina (32) busca su próximo abrigo en un local de camperas en liquidación de invierno hechas en una fábrica recuperada. Por su parte, Alberto (48) no se decide entre una variedad de cervezas artesanales, en un local donde también venden vinos caseros. Son solo algunas de las postales que pueden observarse en el Mercado de Economía Solidaria Bondpland, que se encuentra en un antiguo edificio de 600 metros cuadrados en el corazón de Palermo, y que es considerado una de las ventanas de la economía solidaria en la Ciudad de Buenos Aires.

En Argentina al igual que en buena parte del mundo, las prendas de las marcas importantes que encontramos en los principales locales de indumentaria son en buena medida producidas por una industria que encadena a sus trabajadores.

El trabajo esclavo en la industria textil es una realidad que afecta a millones de trabajadores en el mundo y a miles en Argentina. “Hoy en día todavía existen más de 2.000 talleres clandestinos en el país”, asegura Eduardo, responsable del local de venta que La Alameda tiene en mercado Bonpland.

La Alameda es una cooperativa productora de indumentaria que elabora prendas de calidad libre de trabajo infantil y esclavo en toda su cadena de producción, y que además no cobrar un precio excesivo al consumidor. Asimismo, rescata a trabajadores de todas las edades que han caído en las redes de talleres ilegales y les ofrece trabajo digno.

Justo enfrente del local de La Alameda, se encuentra el puesto de la Cooperativa de Trabajo Lacar, manejada por sus propios trabajadores, que producen, administran y venden ropa.

Camperas Lacar fue una tradicional fábrica argentina con más de 60 locales en todo el país, que tras presentar quiebra en septiembre de 2011 apuntó -según detallaron ex empleados- al vaciamiento de la empresa y de todos sus locales, y amenazó con dejar sin empleo a sus trabajadores, sin pagarles lo que les correspondía.

“En ese momento no sabíamos que hacer. No teníamos respuesta ni de la patronal, ni de los sindicatos. Afortunadamente recibimos la ayuda desinteresada de La Alameda y de Fábricas Recuperadas, que nos asesoraron respecto de nuestro derecho de continuidad laboral (Ley de Quiebras)”, señaló Silvio, que fue empleado de Camperas Lacar por más de 12 años y hoy es uno de los 32 trabajadores que gestionan la cooperativa.

“Es una gran responsabilidad pero también un enorme placer ser parte de esta cooperativa. Somos todos compañeros y la lucha es pareja para todos”, resaltó Silvio, que además tiene a cargo el puesto de venta de la marca en Bonpland.

El tercer local de indumentaria que se encuentra en este espacio solidario es Soncko, un emprendimiento familiar asociativo que se encarga de diseñar, confeccionar y vender productos artesanales con materia prima que compran directamente a los pueblos originarios del norte del país.

“Se trata de un mercado gestionado institucionalmente para la economía social. Es mucho más que un medio de comercialización. Mediante la relación directa entre el productor y el consumidor, se busca cambiar los hábitos de consumo instaurados por la economía tradicional”, asegura Rosa, encargada del local Soncko, quien además afirmó: “aquí producimos cultura y generamos una identidad con nuestra tierra”.

Para visitar el Mercado de Economía Solidaria Bonpland, se pueden acercar a la calle Bonpland 1660 (esq. Gorriti y Honduras), los días martes, viernes y sábados, de 10 a 20 horas.

El boxeo como contención social

Por Alejandro Caminos


El deporte no es solo un ámbito de recreación, sino también es un medio de contención social. Entre las figuras más destacadas se pueden mencionar al ex futbolista Diego Armando Maradona, proveniente de Villa Fiorito y de una familia humilde, o a las tenistas Serena y Venus Williams, que junto a sus padres y hermanas vivían en una comunidad pandillera de Saginaw, Michigan.

Eduardo Molina es un entrenador de boxeo que tiene su gimnasio en Villa Adelina, a pocos metros de la estación de tren. Y enseña dicha disciplina de forma gratuita o por poco dinero a más de 50 personas de diversas edades y sin distinción de sexo. Además, con lo recaudado mantiene el gimnasio y compra equipo nuevo como guantes, bolsas de arena y protectores.

Molina también ayuda a los chicos que viven en situación de calle y los lleva a su gimnasio para que puedan comer y entrenarse. "El deporte es lo más sano que hay, ya sea el fútbol, el boxeo o cualquier otro", dice a la vez que sentencia que lo más importante es que los niños tengan un lugar donde quedarse. Y agradece a la Municipalidad de Villa Adelina por cederle el terreno donde actualmente está la escuela de boxeo.

El gimnasio está ubicado sobre la calle Piedrabuena, entre Los Plátanos y Luis María Drago

El autoabastecimiento como alternativa para combatir la desnutrición infantil

Por Damián Gabriel Martínez


La Fundación Huerta Niño es una organización no gubernamental sin fines de lucro que tiene como objetivo luchar contra la desnutrición infantil en Argentina mediante la construcción de huertas comunitarias de media hectárea en escuelas rurales de zonas desfavorecidas.

La iniciativa surgió de la mano del ingeniero Felipe Lobato. En su juventud realizó viajes de estudio por el interior del país donde visitó colegios del campo. Dialogando con los maestros de las diferentes instituciones notó una problemática que se repetía en la mayoría de los lugares que conoció: a los chicos les costaba concentrarse en sus estudios porque tenían hambre. Por esta razón, llegó a la conclusión de que debía elaborar una alternativa que permitiese a las comunidades autoabastecerse de alimentos.

Años después, construyó la primera granja escolar, juntó a la organización ProHuerta del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), en la localidad de Machagay de la provincia del Chaco. De a poco, fue consiguiendo los recursos para realizar granjas en diferentes regiones del territorio nacional, hasta que en el año 1999, logró fundar oficialmente la entidad.

La directora de Comunicación de Fundación Huerta Niño, Constanza Feldman, explicó el por qué se eligieron a los establecimientos educativos para establecer las granjas: “Queríamos que se le diera al proyecto un formato institucional. Además, nuestro objetivo era hacerlo desde un lugar donde se pudiese transmitir las herramientas necesarias para que, tanto niños como adultos, puedan valerse de ellos mismos, aprovechando al máximo de las posibilidades de su entorno".

"La idea es que la comunidad se haga responsable de la misma para fortalecer los lazos entre sus integrantes. Por eso, la huerta esta pensada según tres ejes principales: educativo, nutricional y comunitario”, agregó Feldman.

Una vez elegida la escuela, la ONG construye y diseña la granja; entrega las semillas y capacita a los padres, maestros, vecinos y a los propios chicos. Desde la entidad, se desarrollan dos capacitaciones mensuales para instalar los conocimientos necesarios para que la mantengan por sus propios medios y con pocos recursos.

La institución recibe financiamiento a través de donantes particulares, empresas o proyectos de cooperación internacional, como embajadas o grandes fundaciones del exterior.

Hasta el momento, se han realizado alrededor de 170 huertas a lo largo de la Argentina que han beneficiado a más de 9 mil niños. “Hace dos meses, logramos llegar a todo el territorio nacional, que era una deuda pendiente de la Fundación. Habíamos estado en casi todas las provincias pero faltaba llegar a algunas”, finalizó Feldman.

Ferias a bajo costo

Por Mauro Fernandes



La película Flores Rotas, de Jim Jarmusch, fue el disparador. Inspirada en una de las protagonistas del film, Cecilia Malm Green comenzó a brindar un servicio que consistía en poner un poco de orden en los placares ajenos. Al comienzo, su esposo, Dan Marein, recuerda que el departamento estaba repleto de bolsas de consorcio que contenían prendas de todo tipo. Luego de que la respuesta de algunos clientes fuera satisfactoria, Cecilia decidió montar en 2006 la boutique de feria americana Alma Zen, en Anchorena 660, a dos cuadras del shopping porteño Abasto.

Lejos, quedaron hoy los tiempos en los que tan solo había una mesa con unas pocas prendas. Más de una veintena de carteras colgadas se alzan, por encima de unas camisas que lucen como nuevas. Sombreros, bufandas y corbatas, minuciosamente acomodadas. Desde aros y riñoneras, hasta incluso vestidos para casamientos, esparcidos. Son algunos de los artículos usados pero en excelente estado y a bajo costo que pueden encontrarse en este local vintage.

Las ferias americanas supieron satisfacer las necesidades de un público que no encontraba respuestas en los comercios convencionales. Tal es así, que hay más de setenta locales en la Ciudad de Buenos Aires. “En la Argentina, durante mucho tiempo comprar en una feria americana fue como sinónimo de no tener plata. Eso cambió rotundamente en los últimos años”, entiende Cecilia.

“Quienes ingresan a la boutique, al comienzo no saben si la ropa es usada o nueva. Entran como si fuera un local más”, cuenta Cecilia. El secreto está en que en ningún momento se reciben prendas que estén rotas, manchadas o con olor. “Ponemos énfasis en el diseño y en la calidad”, dice Dan.



En Alma Zen se aceptan prendas, accesorios, calzados, carteras y bolsos en consignación,  es decir, que los artículos son tasados a un determinado valor, que es cobrado posteriormente una vez que se efectúa la venta. Si bien la variedad y los precios difieren, pueden encontrarse camisas desde 15 pesos en adelante. Incluso a algunos clientes se les brinda la posibilidad de señar por una semana algunos artículos.  

“Cuando algunas personas traen ropa que no está en muy buen estado, les damos la opción de que la deje para que se la entreguemos directamente a cartoneros que trabajan en el barrio”, explica Cecilia.

Lo mismo sucede en el Baúl de Valentina, una empresa familiar, dedicada a la compra-venta y alquiler de ropa usada. “Hay prendas que directamente la donamos o bien se la entregamos a gente que se acerca a pedir algo”, narra Diana Mihaila, encargada de uno de los tres locales, ubicado en Cabildo 2370.

En el Baúl de Valentina, las prendas que no fueron vendidas durante la temporada suelen ser cedidas a la Asociación Niños del Sur, una organización sin fines de lucro que asiste a niños y adolescentes en situación de riesgo social de Villa Gobernador Gálvez, en Santa Fe. 

En los tres locales se ofrece ropa moderna, retro, vintage y antigua. Al igual que en Alma Zen, también se brinda la posibilidad de que los clientes pueden señar algunos artículos e incluso alquilar. Esto último es una modalidad utilizada sobre todo por los teatros, ya que requieren de prendas novedosas e inéditas para las diversas funciones.

A pocos metros de ingresar al local, un canasto verde contiene desde mayas hasta remeras. Todas tienen algo en común: su valor es de 10 pesos. Una cifra que cautiva las miradas de quienes ingresan al lugar y encuentran en las ferias americanas una forma de satisfacer sus necesidades a bajo costo.  

Una familia sin recursos vive en un shopping desde hace más de cuatro años

Por María Alejandra Raffinetti

 

Apenas se abren las puertas del Alto Palermo, un matrimonio de jubilados y su hija de más de 35 años se instalan en el patio de comidas del centro comercial, hasta que se baja la cortina del último negocio. Por las noches, descansan en el restaurante Mc Donald´s del entrepiso, que permanece abierto las 24 horas. Lejos de parecerse a la trama de la película La Terminal, esta historia es una síntesis de lo que simboliza la pesadilla de no tener un techo propio.

Félix es el padre de la familia y le dicen de manera cariñosa Coco. Su mujer, Elena, es conocida como Cuqui. Ambos son jubilados y viven en el shopping desde hace más de 4 años. Mientras ellos duermen la siesta sobre unos sillones de cuero, su hija, Liliana, ojea el diario con la particularidad de que ubica el papel bien cerca de sus ojos. “Ella lee de esa manera porque tiene un problema en la vista”, aclara Gabriela, empleada de la heladería Freddo, a la que la familia acude a pedirle agua fresca. Sobre la mesa que ocupan de manera rutinaria, apoya una bandeja llena de servilletas de papel y de mermeladas en envases individuales, que les regalan en varios de los negocios. Si bien tienen buena relación con el personal del shopping, son reticentes a hablar con personas extrañas. “No quiero ser grosero, pero nosotros no hablamos”, sentencia Félix.

A pesar de su situación de calle, la familia se caracteriza por estar siempre bien vestida y comportarse conforme a las normas de buena conducta exigidas por el centro comercial. “Ellos están siempre en el patio de comidas, y suelen recuperar lo que la gente deja en las mesas”, comenta Claudio, personal de limpieza. No sólo comen, sino que se higienizan y hasta duermen en el establecimiento. Para las personas que son asiduas a este patio de comidas, su presencia se transformó en una postal cotidiana. Y para aquellos que, por primera vez, posan su mirada sobre ellos, hay algunos comentarios que se plantean de manera recurrente. “Al estar cargados de bolsas, pensé que estaban de viaje”, “los vi dormidos, deben estar haciendo tiempo”, son las especulaciones de algunos de los clientes.

Si bien no está permitido dormir en el shopping, algo que esta familia suele hacer por las tardes, la gerente de Relaciones Institucionales de la empresa Alto Palermo S.A., Carolina Lascano, aclara: “Tratamos de que entiendan de que no se puede dormir en el establecimiento. Pero comprendemos que desde hace muchos años esta gente no tiene un hogar y lógicamente los niveles de descanso deben ser malos. La verdad es que el centro comercial es un espacio en donde si alguien quiere tomar un café, pasear o comprar, lo puede hacer, pero no está contemplado el poder dormir”. Ante la posibilidad de que varias familias adopten esta misma tesitura, Lascano aclara: “No sé qué pasaría si varias familias tomaran la decisión de instalarse en el centro comercial. Lo cierto es que es un lugar privado de uso público, con lo cual el derecho de admisión es libre, salvo que no se respeten los usos y costumbres”. Según revela Claudio, esta familia es la única que está todos los días y todo el tiempo en el shopping. “Sin duda están apañados por algunos comerciantes y por el mismo personal de seguridad, porque constantemente veo cómo les niegan el paso a un montón de otras personas por el simple hecho de estar mal vestidos. Un simple prejuicio visual y se refugian en el recurrido ‘derecho de admisión’”, asegura.

La historia de esta familia supo ser durante algún tiempo un mito urbano, hasta que a mediados de 2010 tomó estado público como consecuencia de un artículo periodístico publicado por el diario Crónica. A pesar de su repercusión y las promesas de ayuda por parte del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, nada cambió. “Cuando la nota salió a la luz, trabajamos en conjunto con el Centro de Gestión y Participación Comunal y el Ministerio de Desarrollo Social porteño a través de los planes de ayuda que tienen para adultos. Incluso, se les ofreció un subsidio. Pasaron unos días en un hotel, pero luego volvieron al shopping. A partir de ese momento, no aceptaron ninguna ayuda más”, declara Lascano. Además, agrega: “Es un perfil de gente muy especial. Básicamente, ellos están cómodos porque no los agredimos. Supongo que debe pasar por ahí el motivo por el cual eligen el shopping y no otro lugar para dormir. Cuando les planteamos la posibilidad de darles una nueva ayuda, sólo nos dicen: ‘No la necesitamos. No la queremos. Muchas gracias’. Y se quedan en estas tres frases”.

La familia que vive en el centro comercial es tan sólo un caso entre miles de historias de argentinos luchando por una porción de dignidad dentro un espacio público deshumanizado. Si bien el último censo realizado por el programa Buenos Aires Presente (BAP), perteneciente al Ministerio de Desarrollo Social porteño, determinó que son 876 las personas en situación de calle, desde la organización no gubernamental Médicos del Mundo estiman que en realidad podrían llegar a 15 mil. A pesar de que Buenos Aires es la ciudad más opulenta del país, lo paradójico es que los casos de personas en situación de calle aún existan. Mientras esta situación no cambie, la mesa de un patio de comidas es el refugio que una familia encontró para escaparle a los peligros de vivir en la calle.

¿El arte puede cambiar el mundo?

Por Nicole Ferreira




Cada vez son más los profesores que contribuyen con el arte y eligen brindar sus conocimientos de manera gratuita o por muy poco dinero. En la localidad de Avellaneda, al sur del conurbano bonaerense existen diferentes alternativas muy económicas.

 El grupo "Recreo Circense" ofrece clases de acrobacia, telas, clown, trapecio, malabares y todas las disciplinas relacionadas con el circo, y a cambio sólo piden colaborar "con lo que cada alumno pueda contribuir".

 El dinero recaudado lo utilizan para comprar nuevos elementos como sogas, colchonetas, maquillajes, entre otras cosas. Incluso el espacio donde se dictan los cursos, en el Club Argentino de Domínico, fue cedido de manera gratuita, debido a la contribución social que representan los talleres la comunidad.

Otra alternativa es La Casa de la Cultura, ubicada en la calle San Martín 797, en la institución brindan talleres abiertos de cerámica, plástica, dibujo y danzas. 

Artistas que se desarrollan en diferentes disciplinas defienden que "el arte en todas sus formas funciona como una herramienta de transformación social", ya sea a través de la música, la pintura, el teatro, las acrobacias ó la escultura el arte cambia al mundo, lo transforma.

 Lucila Martínez, profesora de trapecio, explica que "las clases son para que los chicos se diviertan, no buscamos lucrar con el circo. Es un espacio para que todo el que quiera aprender lo pueda hacer".

 En primera persona

 Lucila Martínez de "Recreo Circence" cuenta como se formó el grupo y todos los detalles de las clases. 

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Velatropa: un viaje al Jardín del Edén

Por Carolina Zangoni

Fuente: http://www.flickr.com/photos/kurtvanaert/4791682012/in/photostream/

“Bienvenidos a la eco-aldea Velatropa”, reza un cartel en pleno barrio de Núñez. Sobre el quinto pabellón abandonado de Ciudad Universitaria, una comunidad de jóvenes conviven en hermandad.

Se trata de un proyecto experimental de la Universidad de Buenos Aires, que busca medir los alcances y beneficios de la permacultura. Esto implica: diseñar hábitats humanos en armonía con la naturaleza, limitar el consumo, reciclar y vivir sustetablemente. “En este tiempo, aprendí a vivir sin dinero. No lo necesito. Para comer, están las comunidades. Se puede reciclar lo que ya hay y muchos tiran. Y si necesito movilizarme, hago dedo. La gente es generosa”, comenta Alex, arquitecto y aldeano. 

Cualquiera puede formar parte del proyecto, siempre y cuando se participe. “No se puede caer con una carpa y quedarse sin hacer nada”, explica Dorotea, quien llegó a la comunidad desde Francia. Todos tienen que hacer algo y, a su vez, todo cumple una doble función. Se cocina con leña y, luego, las cenizas sirven para lavar los platos. El baño es una pequeña estructura con un agujero relleno de aserrín, para que las heces puedan mezclarse con otros materiales orgánicos y ser devueltas a la tierra. 

Otra particularidad de Velatropa es la necesidad de mirar al cielo para saber la hora. No hay relojes ni agujas y se rigen por el calendario maya. Alex cree que “el proceso que más cuesta es la adaptación, más cuando uno viene con muchas estructuras de afuera”. 

Si se quiere vivir la experiencia, se ofrecen talleres y actividades. Y, a la hora del almuerzo, el menú siempre es gratuito y vegetariano. Un ritual precede a cada plato, en el que los visitantes y los aldeanos se toman de las manos. Por un día, todos pueden ser parte de la misma comunidad, de ese universo paralelo.


Ecologismo en Argentina

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lunes, 3 de septiembre de 2012

Seamos vanguardia

Vivimos en la sociedad del hiperconsumo: consumimos más de lo que puede ser generado y descartamos más de lo que la naturaleza es capaz de absorber. Afrontamos el derrumbe de la civilización materialista, resignados. Por eso, desde “No tengo un Mango”, consideramos que es necesario repensar los procesos de desenvolvimiento humano desde una perspectiva diferente y abrir una batalla simbólica en el campo de la cultura. Estamos convencidos de que la realización personal de una persona no está ligada a su poder adquisitivo. Repudiamos una sociedad en la que el “ser” ha sido sustituido por el “tener”. Un mundo donde la inequidad social y la destrucción ambiental aumentan todos los días. En este contexto, no soñamos horizontes posibles, sino que proponemos alternativas “necesarias”. “No tengo un mango” pretende alcanzar a todos aquellos que quieran cambiar algo y dejar a su disposición un abanico de opciones y de experiencias. Porque, como dijo Immanuel Wallerstein, “los comienzos son inciertos, audaces y difíciles, pero ofrecen una promesa, que es lo máximo".