Por María Alejandra Raffinetti
Apenas se
abren las puertas del Alto Palermo, un matrimonio de jubilados y su hija de más
de 35 años se instalan en el patio de comidas del centro comercial, hasta que
se baja la cortina del último negocio. Por las noches, descansan en el
restaurante Mc Donald´s del entrepiso, que permanece abierto las 24 horas.
Lejos de parecerse a la trama de la película La Terminal, esta historia es una síntesis de lo que simboliza la
pesadilla de no tener un techo propio.
Félix es el padre de la
familia y le dicen de manera cariñosa Coco. Su mujer, Elena, es conocida como
Cuqui. Ambos son jubilados y viven en el shopping desde hace más de 4 años.
Mientras ellos duermen la siesta sobre unos sillones de cuero, su hija,
Liliana, ojea el diario con la particularidad de que ubica el papel bien cerca
de sus ojos. “Ella lee de esa manera porque tiene un problema en la vista”,
aclara Gabriela, empleada de la heladería Freddo, a la que la familia acude a
pedirle agua fresca. Sobre la mesa que ocupan de manera rutinaria, apoya una
bandeja llena de servilletas de papel y de mermeladas en envases individuales,
que les regalan en varios de los negocios. Si bien tienen buena relación con el
personal del shopping, son reticentes a hablar con personas extrañas. “No
quiero ser grosero, pero nosotros no hablamos”, sentencia Félix.
A pesar de su situación
de calle, la familia se caracteriza por estar siempre bien vestida y comportarse
conforme a las normas de buena conducta exigidas por el centro comercial.
“Ellos están siempre en el patio de comidas, y suelen recuperar lo que la gente
deja en las mesas”, comenta Claudio, personal de limpieza. No sólo comen, sino
que se higienizan y hasta duermen en el establecimiento. Para las personas que
son asiduas a este patio de comidas, su presencia se transformó en una postal
cotidiana. Y para aquellos que, por primera vez, posan su mirada sobre ellos,
hay algunos comentarios que se plantean de manera recurrente. “Al estar
cargados de bolsas, pensé que estaban de viaje”, “los vi dormidos, deben estar
haciendo tiempo”, son las especulaciones de algunos de los clientes.
Si bien no está
permitido dormir en el shopping, algo que esta familia suele hacer por las
tardes, la gerente de Relaciones Institucionales de la empresa Alto Palermo
S.A., Carolina Lascano, aclara: “Tratamos de que entiendan de que no se puede
dormir en el establecimiento. Pero comprendemos que desde hace muchos años esta
gente no tiene un hogar y lógicamente los niveles de descanso deben ser malos.
La verdad es que el centro comercial es un espacio en donde si alguien quiere
tomar un café, pasear o comprar, lo puede hacer, pero no está contemplado el
poder dormir”. Ante la posibilidad de que varias familias adopten esta misma
tesitura, Lascano aclara: “No sé qué pasaría si varias familias tomaran la
decisión de instalarse en el centro comercial. Lo cierto es que es un lugar
privado de uso público, con lo cual el derecho de admisión es libre, salvo que
no se respeten los usos y costumbres”. Según revela Claudio, esta familia es la
única que está todos los días y todo el tiempo en el shopping. “Sin duda están
apañados por algunos comerciantes y por el mismo personal de seguridad, porque
constantemente veo cómo les niegan el paso a un montón de otras personas por el
simple hecho de estar mal vestidos. Un simple prejuicio visual y se refugian en
el recurrido ‘derecho de admisión’”, asegura.
La historia de esta
familia supo ser durante algún tiempo un mito urbano, hasta que a mediados de
2010 tomó estado público como consecuencia de un artículo periodístico
publicado por el diario Crónica. A pesar de su repercusión y las promesas de ayuda por parte
del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, nada cambió. “Cuando la nota salió a
la luz, trabajamos en conjunto con el Centro de Gestión y Participación Comunal
y el Ministerio de Desarrollo Social porteño a través de los planes de ayuda
que tienen para adultos. Incluso, se les ofreció un subsidio. Pasaron unos días
en un hotel, pero luego volvieron al shopping. A partir de ese momento, no aceptaron
ninguna ayuda más”, declara Lascano. Además, agrega: “Es un perfil de gente muy
especial. Básicamente, ellos están cómodos porque no los agredimos. Supongo que
debe pasar por ahí el motivo por el cual eligen el shopping y no otro lugar
para dormir. Cuando les planteamos la posibilidad de darles una nueva ayuda,
sólo nos dicen: ‘No la necesitamos. No la queremos. Muchas gracias’. Y se
quedan en estas tres frases”.
La familia que vive en
el centro comercial es tan sólo un caso entre miles de historias de argentinos
luchando por una porción de dignidad dentro un espacio público deshumanizado.
Si bien el último censo realizado por el programa Buenos Aires Presente (BAP), perteneciente al Ministerio de Desarrollo
Social porteño, determinó que son 876 las personas en situación de calle, desde la organización no gubernamental Médicos del Mundo estiman que en realidad
podrían llegar a 15 mil. A pesar de que Buenos Aires es la ciudad más opulenta del
país, lo paradójico es que los casos de personas en situación de calle aún
existan. Mientras esta situación no cambie, la mesa de un patio de comidas es
el refugio que una familia encontró para escaparle a los peligros de vivir en
la calle.
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